lunes, 12 de diciembre de 2016

Tzacam

“Camas…. Camas... !!”. Camas Tec se levantó lentamente como quien despierta de su letargo después de una borrachera, embriagado por una hermosa voz de mujer; le resultaba chocante que hasta su propio subconsciente ignorara su nombre. “Me llamo E….” pensó, pero fue interrumpido por la súbita realización de que no tenía la menor idea de donde se encontraba o cómo había llegado ahí. El mundo moderno estaba aún muy lejos de devorar a la pequeña casa de techo de paja y paredes levantadas con una amalgama de barro y piedras; el olor a tierra mojada y hierba era penetrante pero agradable; se podía observar por las ventanas una gran cantidad de plantas de chile habanero y un par de árboles de naranja agria; el patio se extendía hasta perderse entre la maleza,. Escuchó entre las sombras una voz ronca y débil “No te me levantes, te me vas a caer”. Con los ojos entreabiertos y realizando esfuerzos inútiles para levantarse de la hamaca, le llamó la atención un cactus muy erizado de donde brotaba una hermosa flor de colores entremezclados, lila, marrón y morado y una maceta con una flor de Xtabentún. “Oh si, les gusta estar juntas, es curioso. Te pinchaste con una de ellas, ahora habrá que esperar”. 

Camas, Camas, Camas !! ¿No lo podían llamar por su nombre?. Curiosamente ninguno de sus amigos sabe a ciencia cierta cuál es su nombre, ni siquiera pretenden saberlo; lo llaman por sus apellidos, Camas Tec. Todo ello pensaba la noche anterior, mientras manejaba por un camino perdido entre Tahdziú, Ichmul y Tiholop buscando un lugar para pasar la noche, que amenazaba con caer pronto en esos parajes olvidados por la civilización moderna. “Pase unos maravillosos días en nuestras cabañas minimalistas. Hay cenotes, comida y un lugar para dormir rodeado de la naturaleza”, decía el volante que repartía un señor a las afueras de la central de autobuses, a los turistas y gente local. Tenía un mapa mal dibujado con indicaciones más o menos precisas sobre cómo llegar. Una flor indicaba el lugar preciso donde se supone encontraría aquel paradisiaco lugar.



El alumbrado público era inexistente y el camino empedrado ya comenzaba a destrozarle la espalda; su coche se sacudía como si no tuviera amortiguadores, prueba inequívoca de que debía reemplazarlos en cuanto volviera a la ciudad; la señal de celular era tan pobre que no creía siquiera posible poder mandar un mensaje de auxilio si el coche se detenía, ya no digamos utilizar el GPS para ubicarse. Siguió conduciendo; tenía la boca seca y terrosa por todo el polvo que se colaba por las ventanas abiertas, cuando su mayor pesadilla se hizo realidad; el auto se apagó para no volverse a encender, y no tuvo otro remedio que dejarlo a un lado del camino y continuar su paseo a pie a través de la noche, con los moscos dandose un festin con su tibia sangre. Al cabo de un rato vió una vereda al lado del camino principal con huellas de haberse utilizado recientemente, tal vez por los lugareños o por algún animal. Sea como fuere, tuvo la corazonada de que lo llevaría a un lugar donde podría descansar y tal vez tomarse un par de cervezas. Llamó su atención que aquel camino estuviera “custodiado” por cactus espinosos que no había visto en todo el trayecto y que mientras más se internaba en el monte, más densa se volvía la población de cactus y flores color blanco y lila. Claro que no era monte, pero así era como los residentes locales le llamaban a la selva baja caducifolia típica de la región. Por esa época del año anochecía temprano. Seguro no eran mas allá de las 7 de la noche, pero todo estaba tan oscuro que lo único visible era la vía láctea que se extendía por los cielos como jamás en su vida había visto, y muchos cactus…. y flores como las del volante. Debía estar cerca.


 Por fin, después de varias horas de deambular entre la maleza e intentando no encontrarse con una tarántula o serpiente, llegó a un pueblo que parecía haber sido olvidado por el hombre; seguramente estuvo caminando en círculos ya que no era posible caminar tanto y no llegar a ningún lado. De las humildes casas, escapaban tenues rayos de luz, seguramente de pequeñas velas o lámparas de alcohol, pues su tenue luz apenas lograba iluminar el interior de las chozas. Las diminutas llamas bailaban gentilmente con el soplar de un viento atípicamente fresco, e inquietantemente tranquilo. Estaba sangrando de un brazo; habrá sido el agotamiento, pero no se dió cuenta en qué momento se enterró una manojo de espinas, de uno de esos tantos cactus que se encontró por todo el camino. Debía encontrar un lugar para limpiarse, y dormir; la posibilidad de una cerveza se veía cada vez más remota. Curiosamente no vio a nadie caminando por las calles del pueblo, ni escuchaba el barullo que esperaría encontrar cuando se camina por la calle; era más selva que pueblo, con plantas y árboles creciendo en los patios, animales descansando cómodamente en la calle, y construcciones hechas de paja y lodo. Más silencio, como si los habitantes de aquel lugar lo guardaran deliberadamente después del anochecer; también le dió la impresión de que lo evitaban; cuando viró su cabeza hacia una ventana semi abierta, ésta fue cerrada de golpe por un brazo que jaló un trozo de cortina improvisado, el cual, mal colgaba sobre un hueco en la pared una casa. ¡ Que gente mas extraña !. También los perros se resguardaban cuando Camas pasaba junto a ellos. “Hasta los perros son extraños aquí”, pensó.
Cuando creyó que su destino era pasar la noche en la calle, un señor le hizo señas a lo lejos a través de la puerta semi abierta de su humilde vivienda para que se acercara. Camas dudó, pero su inseguridad se disipó, cuando al estar a poca distancia notó que era un señor de unos 90 años de aspecto amigable. “Rápido, antes de que sea tarde”, decía con voz nerviosa y haciendo señas extrañas con las manos. Camas entró a la pequeña casa, y el señor con vivaz energía cerró la puerta tras él; dejó la vela que tenía agarrada con una mano en una deteriorada mesa de madera que funcionaba como un pequeño comedor.
- Hay que limpiarte esa herida.
- No es nada, gracias por su hospitalidad, pero había tantos de esos estúpidos cactus por el camino, que me fue imposible no hacerme daño así.
El señor, mientras buscaba frenéticamente artilugios guardados en distintas partes de la habitación, con voz solemne replicó, casi como si estuviera hablando para sí mismo, casi como si Camas no estuviera presente:
- Siempre aparecen a finales de Octubre, es Tzacam.
- ¿Tzacam?.
- Por ella estás aquí, ella te mandó… la flor, su aroma, es hora de ser libre. - Seguía hablando, como para si mismo.
- ¿Disculpe, de que habla? Auch, arde… - se quejó Camas cuando el señor untó un menjurge extraño en su brazo. Tenía una consistencia parecida a la baba del nopal, pero con olor a flor de Xtabentún.
- Puedes llamarme Don Nuch.
Don Nuch era un señor bajito y delgado, con abundante cabello blanco, ojos saltones y cabeza redonda. Sus arrugas y pellejos colgados evidenciaban una edad muy avanzada, que contrastaba con su energetica forma de comportarse, sacando hierbas y frascos de los recovecos de aquel lúgubre cuarto y con una actitud casi infantil. Los mezclaba y untaba en la piel de Camas; balbuceaba algo sobre el fin de los tiempos. Camas pensó que era un comportamiento peculiar, aunque común en una persona de tan avanzada edad; alguien senil a quien se le han zafado un par de tornillos.
En la pared se encontraba colgada una fotografía antigua, llena de polvo y telarañas, donde aparecía un señor delgado, bajito y cabezón, probablemente en sus veintes, vestido con pantalón blanco, guayabera y un sombrero de henequén; detrás de él, alguna calle del mismo pueblo en el que se encontraba Camas ahora,  desbordando de vida, color y algarabía; al menos en su mente, ya que si hubiera existido la fotografía a color en ese entonces, habría estado rebosante de azules y verdes. El mundo era aún joven en ese entonces; inexistente ya en la memoria presente y perdido en el tiempo, donde la magia y el misticismo eran parte de la conciencia colectiva.
- Ese yo soy. - dijo con orgullo Don Nuch, luego hizo una pausa… su semblante denotaba nostalgia - Y los demás... la gente del pueblo; todos se han ido, ahora no queda nadie.
- Bueno Don Nuch, así es la vida en estos tiempos modernos. La gente prefiere irse a vivir a la ciudad ya sabe... unos se van por el estudio o pa’ mejorar; ya nadie quiere vivir en los pueblos; me dirá los antiguos, como usted. - Camas hizo una pausa para tomar parte del brebaje de Don Nuch, dió un par de sorbos intentando disimular su disgusto por el desagradable sabor del sorbo inicial. Luego, pensó que podría llegar a acostumbrarse a dicha bebida - …  A mi me gusta el campo, los lugares tranquilos y mágicos, lugares de leyenda, los cenotes,... la naturaleza; sabe, creo que he llegado al lugar indicado; la verdad creí que me había perdido pero… - Antes de terminar la frase, Camas vió un manchón en la fotografía de la pared, junto a a la imagen de Don Nuch.
Era como si hubieran querido borrar una sección de ella; el manchón correspondía en forma a la silueta de una segunda persona en primer plano, como si la humedad hubiera deteriorado esa sección de la fotografía; era complicado de describir para Camas, ya fuera humedad, hongos, o borrado intencional, cualquiera de estas explicaciones hubieran encajado como causa al deterioro selectivo con forma de humanoide. Camas temía preguntar; sólo ver la silueta causó un escalofrío garrafal en sus entrañas, como si de antemano supiera el destino de la supuesta persona tapada por el manchon.
- Ahh veo que la ves...es mi esposa cuando nos casamos… nuestra boda… pero un dia,... tal vez ese día apareció el manchón, fue hace tantos años, no lo recuerdo bien. - Don Nuch se perdió en sus recuerdos por unos instantes. - Pero anda muchacho, bebe !!, que esa delicia no se va a gastar sola.
Camas terminó de un sorbo lo que quedaba en su vaso, mientras que su anfitrión terminaba de limpiarle la herida que el cactus le había provocado. Comenzó a sentirse extrañamente relajado así que pidió más de aquel brebaje tan peculiar.
- Dele Don Nuch, cuénteme, ¿qué pasó ese día?. Se le veía muy contento. Hoy en dia ya no hay fotografías así.
- Y lo estaba. Ella era… ella ES mi esposa, el amor de mi vida muchacho, el principio del fin y mi karma me decían, una maldición, pero la verdad es que no se que chingados es eso del karma. Sabes... yo llegué hace muchos años y jamas volvi; en ese entonces era poco menos que imposible volver a la capital y llegué en busca del amor así sin mas ni mas, en busca de riquezas… decían que había mucho oro y plata que los antiguos habían arrojado a los cenotes, y pues todavía había problemas con los del centro después de la revolución, y yo no quería meterme en todos esos embrollos ni andar cargando un fusil para cuidarme de esos rateros centralistas, quería amor y riquezas... y no lo iba a encontrar jamas en la capital.


Don Nuch acababa de cumplir la mayoría de edad; ya no era más un chaval, sino un Don, y se presentaba como tal; con la elegancia y elocuencia de un individuo que intenta comportarse como un conocedor y educado hombre mundo, pero que no sabría distinguir entre una vocal y una consonante; se tropezaba, lingüísticamente hablando, intentando corregir inútilmente las avergonzantes resbaladas en las que un hombre de su condición estaba condenado a cometer. Por otro lado, tenía carisma e ingenio, pero su propia naturaleza le impedía notar la forma tan natural con que envolvia con enredos y palabras redundantes a las personas; las mareaba pues, pero era simpático, vivaz e inteligente, con buen sentido del humor. Fue así como logró llegar hasta ese pueblo olvidado por el hombre, un lugar místico en medio de la selva Yucateca.
Escuchó la historia de boca de un campesino ebrio que repartía rondas de cerveza en un bar de mala muerte a las orillas del pueblo, al que solían acudir todos los borrachines cada vez que se ganaban un par de pesos por algún trabajo rápido. Era la cuna del chisme, donde podía hacerse uno de valiosa información, a falta de un periódico local que resumiera los últimos acontecimientos. El intoxicado hombre, contó la historia sobre el primo de un amigo el cual dijo que llegando a Peto, debía enfilarse para el norte hasta Tahdziú, caminar por dos días hacia el este, noreste, pero más hacia el este que hacia al norte, a paso constante pero que no canse; despacio y con calma como cuando se lleva prisa, hasta encontrar una vereda acotada por una singular conglomeración de flor de Tzacam, y meterse con extremo cuidado de no ser pinchado por sus amenazantes espinas, luego caminar un poco más hasta llegar a unas pequeñas chozas, donde se decía, vivía una comunidad de campesinos que llegaron hace 50 años guiados por una bella mujer. Ahí, debía buscar los tesoros ocultos en los cenotes de la zona. Desafortunadamente el primo del amigo debía regresar antes de que la policía militar notara su ausencia, y fusilaran a toda su familia por una deuda que había adquirido con un general del ejército, hace un par de meses, por mala paga tras perder en un juego de cartas. Sólo tuvo tiempo de llegar hasta un camino olvidado sin encontrar el pueblo, pero buceando en algunos ojos de agua, pudo regresar con algunas monedas de oro que milagrosamente encontró en el fondo de uno de ellos. “Ésta moneda”, dijo el campesino, “es sólo una de tantas que aquel primo encontró en ese día tan maravilloso; me pagó unos trabajitos con ella, y la usaré para invitarles los tragos a todos !! Cantinero !!”. El primo del amigo fue fusilado de todas formas, pero pudo contar el secreto antes de ahogarse en su propia sangre un par de días después.
En la confusión de la algarabía y afecto fingido que suelen tener los borrachos mientras beben y se vuelven compadres, amigos,... hermanos del alma y algo mas; entre apretón de nalga y sorbos de cerveza, Don Nuch fingió sentirse mal, y vomitó descarada y generosamente en los pies del campesino, salpicando a media docena de hombres en el proceso. Aprovechó el inevitable caos para robar la moneda de oro del asqueado y miserable hombre, que hacía esfuerzos sobrehumanos para mantener intacto el contenido de su propio estómago. Al cabo de unos instantes, fue sacado casi a golpes del lugar, haciéndose ojo de hormiga en la primer oportunidad que tuvo, para así, emprender un viaje sin retorno. Poco sabría en ese momento que ya lo estaban esperando.
A la mañana siguiente, empacó lo que pudo en un morral de henequén: un par de sandalias, dos mudas de ropa, soga, brújula y un sextante que le había regalado su abuelo que había luchado en la revolución, una escopeta vieja y algunas municiones. Tomó otros artículos de la casa, entre ellos una hamaca sucia y enredada que yacía desde hace meses en un rincón lleno de polvo, de la cual colgaban algunas arañas muertas. Sin más miramientos, salió apresuradamente de su hogar para no volver jamás, y se dirigió al centro de la ciudad para realizar algunas compras, luego de vender la moneda en el mercado. Finalmente, tomó el primer tren de la mañana rumbo a Peto, llegando al pequeño pueblo 3 horas después.


Aún no era ni medio día, pero el sol ya quemaba la piel con su implacable fulgor, así que pagó un último viaje a caballo para que lo adentrarse lo más posible en la selva, con dirección al norte pasando Tahdziú. Cuando el caballo no pudo avanzar más, debido a las condiciones del sendero, no tuvo otro remedio más que continuar su camino a pie; lo picaron un par de alacranes, lo emboscó una serpiente de cascabel, se insoló, vomitó, se desmayó, se levantó, volvió a vomitar y continuó su camino durante el resto del día bajo los rayos de un sol implacable, como nunca lo había sentido antes. Pasó la noche en su hamaca colgada de un par de árboles; al amanecer, retomó su camino según las indicaciones que había escuchado del campesino ebrio al cual había robado, y vomitado. Al cabo de un par de días de repetir la misma rutina, tras haberse resignado a una muerte horrenda por una marabunta en medio de la selva, y deseando haber probado el dulce y prohibido néctar de una mujer, por fin se encontró frente a frente con las flores de Tzacam, y un discreto camino por el que asomaban huellas humanas recientes. Emanaba un fuerte olor a Xtabentún. El cuento del borrachin era cierto después de todo. Ver la escondida vereda le dió fuerzas y motivación para seguir avanzando; había agotado su ración de agua desde el primer dia, y ya no tenía la paciencia ni energías suficientes para cazar algún animalejo y seguir explorando el territorio.


El cuerpo de una mujer con el rostro terriblemente desfigurado descansaba a las afueras del pequeño templo improvisado, acomodado sobre un montón de ramas secas que habían sido apiladas para formar una gran hoguera. El olor a muerte era penetrante, como si llevara semanas pudriéndose, ahogada en su propia inmundicia; las moscas verdes, enormes, gordas… hastiadas, eran tantas, que producían un ruido ensordecedor al revolotear extasiadas sobre el cuerpo desnudo y bañado en sangre seca de la mujer; se daban un festín devorando la carne podrida que yacía bajo el penetrante sol de mediodía. Sobre la tierra podía verse hasta lo lejos, las marcas de un cuerpo que fue arrastrado recientemente; se extendía desde el cadaver hasta las puertas de una casa a unos 200 metros de distancia. Un chamán ahumaba el camino con unas hierbas encendidas que expedían un humo blanco, las cuales sacudía deun lado al otro con un ritmo lento y mecanico, asegurándose de cubrir cada centímetro de espacio a su alrededor, intentando limpiar el aire de cualquier entidad maligna que aún acechara por los alrededores. Caminó cada metro en trance, meneando su remedio hacia los cuatro puntos cardinales hasta llegar al cuerpo; en ningún momento detuvo su hipnotizante canto. La presencia del humo sacó de su embriaguez a las miles de moscas, que ya gordas y hastiadas, volaron torpemente por miles en todas direcciones, cubriendo los rayos del sol con un manto gris que se disipó después de unos minutos. Algunos lugareños observaban temerosos el ritual a lo lejos, y otros a través de las rendijas de sus casas. El nervioso chamán, prendió fuego a las ramas secas intentando no acercarse demasiado al cuerpo cuya mirada observaba fija hacia la nada; éstas comenzaron a crujir de inmediato desintegrando con su infernal abrazo a la inerte mujer. Del cuerpo caían gusanos que se retorcian de dolor antes de morir calcinados, tras un breve, pero ensordecedor chillido, y el olor a carne quemada rápidamente envenenó con su hedor, el aire a kilómetros a la redonda.
Don Nuch, quien milagrosamente acababa de encontrar el pueblo, vió a un hombre con las rodillas y las manos sobre la tierra, intentando ponerse en pie; estaba pálido y se tambaleaba de un lado a otro. Le extendió la mano y lo tomó del brazo.
- Hey, ¿se encuentra bien?.
- Sí muchacho… ese olor de nuevo, ese maldito olor… - balbuceó mientras se levantaba gracias a la pronta ayuda de Don Nuch - … olor a muerte, lo hemos sentido antes... pero estas ultimas veces es diferente…
- ¿Disculpe? eeh.. soy Don Nuch -. El hombre, saliendo momentáneamente de su asco, soltó una carcajada.
- ¿Don? No me hagas reir muchacho, que traigo el buche revuelto - una tos seca interrumpió sus carcajadas. Fue cuando Don Nuch notó el olor horrendo a carne quemada.
- ¿Que huele tan mal?.
- Mira Nuch, llegaste en mal momento, no es lugar para foráneos… lo mejor es que regreses por donde vienes.- El señor caminó hacia un pozo cercano y comenzó a sacar agua para limpiarse las manos y brazos que estaban llenos de sangre seca.
Don Nuch se miró las manos manchadas con la misma sangre que el señor. Se había ensuciado cuando lo ayudó a levantarse. Acercó sus manos hacia su nariz y las olió. El hedor era insoportable; casi de inmediato cayó sobre sus rodillas intentando vomitar la comida que ya no tenía y el agua que tanta falta le hacía. Todas sus fuerzas se fueron en las horcadas repetidas que intentaban sacar de su cuerpo aquella esencia horrible.
- Ese olor que sientes - dijo el señor mientras se limpiaba los brazos - … es el olor de la sangre de esa pobre mujer. Yo la llevé al templo, mi trabajo es mantener limpias las calles.
- ¿Cual mujer?. ¿De que habla? - preguntó, ya consternado y asustado.
- Ten, toma un poco de agua y limpiate - El señor le dió con firmeza un balde de agua - No dejes que seque o apestarás todo el dia.
Don Nuch no sabía si tomarse el agua o limpiarse, ya que moría de sed. Hizo lo primero y luego se vació la mitad del agua sobre la cabeza y el resto lo usó para lavarse las manos y la cara. El señor continuó hablando:
- Una muchacha Nuch !! casi una niña, fea como panucho quemado... pero no merecía morir así. La encontraron pudriéndose hoy por la mañana en su casa,... y tenía, pues,... como.. como si hubieran querido arrancarle la cara y...  matarla, si; luego… matarla a golpes, si.- El señor hablaba de forma algo incoherente, como perdido en sí, intentando entender. - Es la tercera que aparece así en lo que va de año, con el rostro desfigurado, y… ese olor... Casarse era el sueño de su vida; nadie las quería por feas, pero mira como terminaron las pobrecitas.
- Madre mia !! ¿A dónde he llegado?.
- Aparentemente a tu nuevo hogar Nuch - dijo ya resignado el señor. - Puedes llamarme Don Esteban; ya te iba a mandar por donde venías, a tu muerte seguramente porque nadie de los que han llegado aquí, han regresado alguna vez, pero que diablos, uno más no hará la diferencia y te me haces simpático. Algunos creen que es tan complicado llegar aquí, que la gente que se va ya no tiene deseos de volver, y otros dicen que se pierden y se mueren en el camino, o eso dicen. - Después dijo para sí mismo, casi entre dientes. - Malditos los maridos sean,... malditos.
- ¿Cuales maridos? - Don Nuch ya estaba fresco para esos momentos.
- Los recién casados, los maridos de las muertas pues. Nadie los ha visto, y venían de fuera, como tu. Algunos creen que se los llevó el aroma, dicen, otros que mataron a sus esposas y huyeron. Las pobres mujeres, eran horrendas pero tenían oro.
Don Nuch intentó no reaccionar ante aquella palabra. Fue precisamente la razón que lo orilló a realizar tal odisea en medio de la selva Yucateca. Ahora sabía que había oro en la región, o por lo menos que la gente del lugar lo tenía. Esteban terminó de asearse tras haber sacado dos cubos más de agua del pozo que estaba a las orillas del pueblo. Por un lado se veía la selva y la vereda por donde Don Nuch había llegado, y por el otro, casitas hechas de piedra y lodo construidas en un amplio terreno donde había sembradíos de cítricos y chiles. Calles amplias de terracería y animales de granja deambulando libremente por ahí.


- Debes estar hambriento Nuch, vamos, acompáñame. - Don Esteban comenzó a caminar internándose en el pueblo.
- ¿Quiere decir que sus esposos las mataron?
- Eso dicen Nuch, pero yo pienso hay gato encerrado; la tragedia llegó justo después de los últimos que se han casado.- El olor a carne quemada aún era intenso. Esteban tomó una naranja agria de un árbol por el que pasaban. - Toma, ésto te ayudará a deshacerte del olor.
La gente corría hacia el templo saliendo de todos los rincones, exaltados por presenciar lo que ocurría y motivados por el chisme morboso. “Don Esteban, Don Esteban rápido !!” gritó un muchacho que pasaba corriendo. Don Nuch y Don Esteban terminaron de acomodarse la ropa y de sacudirse el agua que aún les escurría. Llegaron apresuradamente a la plaza del pueblo donde horas antes el cuerpo de una mujer crujía y se retorcía en un fuego purificador de almas, y ahora no había nada más que una mancha negra y un cielo color ámbar que ensombrecía al pueblo con un manto lúgubre y una inusual penumbra; el ambiente era pesado, espeso, sofocante; como si una presencia aterradora envolviera con sus humeantes brazos a los presentes, que se limitaban a mirarse los unos a los otros mientras restos de ceniza negra caían del cielo con una calma abrumadora, y se posaba suavemente sobre el rostro de los afligidos y angustiados habitantes; el viento había dejado de soplar de forma inexplicable instantes antes. Una horrible sensación recorrió sus entrañas.


Don Nuch nunca había presenciado algo similar. Ya había pasado una semana y aún no se recuperaba del todo de aquella surreal escena el día de su llegada. Lo más parecido que había experimentado fue en el velorio de un primo, el cual había muerto por envenenamiento después de tomarse el licor de henequén que había preparado improvisadamente en su casa. Siempre comentaba, tal vez presintiendo que la muerte lo andaba acechando, qué el día que muriera, fuera incinerado con las mismas ropas con las que lo encontraran muerto, y usado como abono en sus plantas; así podría seguir viviendo en cada fruto, cada chile y cada naranja que creciera a partir de ese día. El Padre se negó a permitir que fuera cremado. Algunos decían que había consumido tanto alcohol, que el diácono temía que el cuerpo explotara a mitad del proceso, así que fue enterrado cerca de donde crecían sus chiles, cumpliendo parcialmente su última voluntad. Toda la familia estuvo presente, amigos, chismosos y morbosos que deseaban ver el hinchado cuerpo del infortunado primo; semanas después, la mitad del pueblo murió envenenada, debido a que los jugos del cuerpo en descomposición, se filtraron a los mantos acuíferos que alimentan a uno de los pozos principales. Don Nuch quedó impactado por esa contagiosa tristeza colectiva de aquella calurosa tarde de primavera, y la subsecuente muerte de parte de su comunidad; ahora revivía ese recuerdo de forma magnificada al percibir el olor a muerte que aún flotaba en el ambiente.
- Nuch, debo ir a terminar de limpiar el terreno de la familia Ku.- dijo Don Esteban mientras usaba su mano derecha para dibujar una cruz sobre el aire justo frente a su rostro. - Nadie vivirá ahí después de lo ocurrido, debo deshacerme de todo para ver si ya limpio alguien se anima, pero se ve feeeeo, feo feo feo....
- A mi no me molestaría ocupar el lugar Don Esteban. - respondió Don Nuch con caldo de relleno negro aún en la boca, que la esposa de Don Esteban le había servido en un enorme tazón de madera, que solo usaban para el desayuno. - ... después de todo, no me puede dar hospedaje para siempre. - El ruido de sus sorbos, evidentemente molestaban a la ansiosa y nerviosa mujer, quien hizo un gesto discreto de hartazgo a su esposo que terminaba de acomodarse la ropa para salir de su casa, y la observaba como diciéndole “tenle paciencia mujer !!”. Don Esteban soltó una carcajada nerviosa.
- Ya veremos muchacho, ya veremos... Si hubieras visto lo que yo vi, no estarías tan dispuesto; pero lo tomaré en cuenta y se lo haré saber a los antiguos. - Don Esteban terminó de acomodar las herramientas que cargaba y se dispuso a salir de su casa. - No te olvides de amarrarte la soga si vas a los cenotes… o te tragará la corriente, son aguas traicioneras Nuch. - se le oía a la distancia mientras se alejaba de su casa.
- Gracias Don Esteban !! - Tras un par de minutos, dió los últimos sorbos a su sopa haciendo unos ruidos espantosos para luego darle el platón a la molesta mujer que esperaba impaciente a que su tortura terminara “¡compermiso!“. Salió corriendo de la casa.
Caminó durante un tiempo indeterminado; aquel solitario y embrujado lugar, parecía jugarle sucio nublando su capacidad de percibir el paso del tiempo. No sabía si habían pasado minutos u horas, y el sol parecía no cambiar mucho de posición; el calor era  húmedo, mortal y traicionero, sin embargo, su cuerpo ya estaba adaptado a tales condiciones inclementes de aquella región selvática; además de ser similar al que se experimenta en su pueblo natal, y en la capital del estado, los días que ya llevaba viviendo en el apartado pueblo, le ayudaron a que su cuerpo se adapte mejor.
Don Esteban le dibujó un mapa de la región que indicaba rudimentariamente la ubicación de algunos cenotes respecto al pueblo, trazando lineas curvas y garabatos mal hechos representando pequeñas lomas y árboles como puntos de referencia. El lugar era aún virgen al no existir caminos; mucho menos señalamientos y la única evidencia de intervención visible del hombre, eran veredas improvisadas, difíciles de distinguir, que Don Nuch notaba cuando hacía un esfuerzo por encontrar huellas de hierba desgastada bajo sus pies. Ubicarse le resultó todavía más complicado una vez que dió el mediodía, debido a la falta de sombras que pudieran darle una pista sobre su orientación acorde a los puntos cardinales, y había perdido la brújula en su viaje inicial hacia el pueblo.


Ocasionalmente escuchaba animalejos correr entre la hierba, y aves comunicándose a la distancia, pero extrañamente había demasiado silencio; un anormal silencio que se rompía cuando pisaba una rama seca o soplaba un poco de viento. Podía escuchar su propia respiración y no le agradaba la sensación de sentirse observado. Continuó caminando volteando su cabeza de un lado al otro por si veía algo, o a alguien, pero era inútil al no encontrarse más que con los mismos árboles y plantas que dificultaban su travesía; volvió a voltear y las únicas señales de movimiento eran las del pasto bailando con el viento, hasta que escuchó un inconfundible chapuzón. Corrió lo más rápido que el entorno le permitió, en dirección al sonido, hasta encontrarse con un enorme hueco en la superficie con un ojo de agua en el fondo.


Era impresionante el tamaño de esa maravilla natural, con varias entradas y ventanas de luz, y una profundidad de al menos 30 metros antes de llegar a la superficie del agua. Había un área  de tierra firme en el fondo junto al agua, donde podía dejar sus cosas mientras buceaba en las cristalinas y azules corrientes resplandecientes del cenote que existía inmaculado bajo sus pies. Parado junto al borde, esperó a ver si alguna persona salía a la superficie, o si la veía por los alrededores, pero no pudo ver a nadie en los más de 10 minutos que se quedó acechando por el lugar. Confiado de que estaba solo, pensando que tal vez lo que escuchó fue una piedra cayendo por la ladera hacia el cenote, o algun animal intentando agarrar un pez, se armó de valor y bajó hasta llegar a la orilla del agua. Dejó sus cosas a un lado, se quitó la ropa y amarró una soga tal como Don Esteban le había indicado; amarró el otro extremo a su muñeca y saltó al agua en busca de los tesoros ocultos y perdidos de los antiguos mayas.


Varios fueron los viajes que siguieron bajo condiciones similares en los días siguientes; calor, humedad y uno que otro rasguño de los espinosos cactus que extrañamente crecían a lo ancho y largo del cenote, o de las ramas secas estorbando cada tres pasos su camino; era curioso pero no se había percatado antes de la existencia de los cactus. La primera vez que regresó, tuvo la idea de acomodar piedras en lugares estratégicos como puntos de referencia, de tal forma que no fueran evidentes para cualquier persona que por casualidad se topara con ellas, pero que le indicarían si va de ida o de vuelta, o si estaba aún lejos o cerca.
Desde la primer zambullida, encontró algunos pedazos de oro y plata; seguramente trozos desprendidos de artesanías mayas de los pobladores originales hace cientos de años, que arrojaban como parte del sacrificio. En días venideros, encontraría piedras preciosas, que en algún momento fueron adornos de alguna princesa Maya, para luego ser arrojados a manos de los Dioses, en un ritual sagrado que permitiera una buena cosecha en el año venidero. Una a una, las escondía bajo tierra en lugares previamente marcados usando su peculiar y discreto método de acomodar piedras; después de todo no quería guardar en casa ajena su recién adquirida riqueza, aunque llevaría una piedra a Don Esteban como pago por su hospitalidad. Ya tendría tiempo de pensar en un nuevo escondite cuando viviera en la ahora abandonada propiedad de los Ku, que tras un generoso pago, los antiguos no dudarian en entregarle.
Un día, en lo que parecía ser un viaje más de rutina al cenote, llegó el atardecer en un abrir y cerrar de ojos, lo cual notó cuando ningún rayo de sol tocaba ya la superficie del agua, y ésta se cubría con una sombra cada vez más penetrante. Pensó que estaba alucinando por la falta de oxígeno de tantas zambullidas, o que los juegos de luz del atardecer le estaban haciendo pasar un mal momento, pero mientras se encontraba a varios metros de profundidad, apunto de salir a la superficie por última vez en esa tarde, vió la silueta de una mujer desnuda en la superficie, parada impávida junto al borde del agua. Sintió un fuerte golpe de adrenalina y se apresuró a salir moviendo los brazos con mayor fuerza que en las ocasiones anteriores, pero la cuerda se había soltado en el otro extremo. La corriente lo jaló hacia el fondo y perdió el conocimiento mientras luchaba por no morir ahogado en ese lugar tan remoto. Soltó un grito con el cual se fue su última bocanada de aire. Una flor de Tzacam yacía hermosa e imperturbable al lado del cenote, como único testigo de ese momento; como partícipe y cómplice de un destino horrible para un pobre hombre que nadie extrañaría.


Era viernes. Los habitantes del pueblo se preparaban para la celebración religiosa que se llevaría a cabo la mañana siguiente. Era costumbre de la novia caminar por las calles usando un típico vestido maya, acompañada de los familiares del novio para repartir flores, fruta y botellitas de licor de Xtabentún e invitar personalmente a cada familia. Lucía un peinado hermoso con el cabello suelto que se contoneaba coquetamente en el vaivén de sus caderas, y un maquillaje natural que la hacían lucir mucho mas bonita de lo que realmente era. El vestido era elegante y lograba mantener un buen balance entre la discreción y la sensualidad, con sus flores de colores bordadas formando intrincadas formas y una parcial transparencia que dejaba ver un hermoso cuerpo desnudo bajo la tela, según el contraste de luz. Las calles se adornaban con arreglos elaborados usando flora local, y se plantaba directamente en la tierra, para asegurar que el adorno dure indefinidamente antes y después de la celebración; todo esto desde la entrada de la casa de la novia, hasta el templo principal en la plaza principal, y de ahí, hasta la casa donde vivirá la recién unida pareja.
Cada invitado lleva un platillo diferente para degustar y compartir el día de la boda. El novio da el platillo principal; lechón preparado en un gran horno de piedra empotrado a un lado de la iglesia, que únicamente se utiliza para guisos especiales o celebraciones de gran importancia a lo largo del año. Varios cochinos esperaban su turno para recibir un buen baño de agua tibia y jabón como preludio a su preparación, mientras que otros reposaban muertos listos para ser condimentados y metidos al gran horno para recibir una cocción lenta.
- Felicidades muchacha… que por fin sales de tu casa ¡ija!. - dijo un viejo rabo verde sonriendo picaramente a la novia, mientras recibía uno de los presentes.- !Verdad mujer!. - gritó escupiendo saliva abundante con cada sílaba.
- No me lo diga señor Canul. - sonrió nerviosamente. - pero ya vió, si se me hizo y mañana es mi dia y estan todos invitados. Aqui tienen estos adornos...
- Viejo, no asustes  a la niña. - dijo la señora de la casa, caminando desde el interior hacia donde estaba la novia. - Gracias muchacha. - la abrazó cariñosamente.
- Ay mujer.. si sólo la felicito. - volteando a ver a la novia con evidente lujuria, quien se limitó a sonreír tímidamente. - verdad muchacha.
- Nunca cambiarás, anda, shu shuuu…- el señor Canul se hizo a un lado. Se escuchaba una risita picara viniendo de él.
Al terminar el protocolo de invitación, la novia se despidió con un amplia sonrisa y prosiguió su camino hasta la siguiente casa procurando no ensuciar su bonito vestido que se arrastraba en la tierra húmeda del patio de la familia Canul, que justo estaba regando sus plantas cuando la señorita llegó. La pareja se miró entre sí, disimulando una calma que no existía; aunque ambos pensaban lo mismo, ninguno se atrevió a decir ninguna palabra y simplemente continuaron con sus actividades intentando convencerse a sí mismos sobre una realidad que contrastaba con los hechos.
El sol ya había desaparecido del cielo, sin embargo, la luz del atardecer con sus tonos rojizos y naranjas aún iluminaba el pequeño poblado. Era esa extraña hora en que no es de noche, ni es de día, y se ven grupos de pájaros revoloteando de vuelta a sus nidos haciendo ruidos estrepitosos. Algunas personas descansaban a las afueras de su casa, y los niños corrían por la calle apresurandose para regresar a sus hogares antes de que el manto nocturno cubriera con su implacable oscuridad al vulnerable poblado. En al aire se respiraba un rico olor a cochino frito proveniente de los grandes hornos en la plaza principal; ya todo estaba listo para unir en matrimonio a la joven pareja.


Las celebraciones en el pueblo siempre son a lo grande. No hace mucho tiempo, uno de los antiguos encontró un yacimiento cercano donde podía extraer azufre, y utilizando el salitre natural que se formaba en algunos ojos de agua, carbón y una fórmula china aprendida en una feria de curiosidades hace algunos años, formaba un compuesto especial para crear fuegos artificiales, que complementaban perfectamente a la música en vivo, el baile y los juegos organizados durante el gran convivio. Cerveza casera, licor y una infinidad de platillos típicos, fruta, postres, ensaladas estaban al alcance de la mano de todos los invitados. Algunos adolescentes se emborrachaban con cerveza a las afueras de la plaza, haciendo intentos pueriles e inútiles de no ser descubiertos por los mayores que toleraban esos comportamientos por ser dia de fiesta; los más tímidos, envalentonados por la bebida, ya hacían de las suyas con las muchachas solteras a las que invitaban a bailar, buscando darles una nalgada en el primer descuido de la mirada protectora de sus padres.
Ya en la habitación de la recién formada pareja, lejos del bullicio de una fiesta que parecía no tener fin, la luz multicolor proveniente de los fuegos artificiales que iluminaban por instantes el interior del cuarto, se fundía con las curvilíneas sombras de Itzae, que esperaba nerviosamente, a que su recién esposo se acercara a tocarla. A la distancia, aún se escuchaba la música de los enfiestados invitados que tenían la intención de bailar, comer y tomar hasta el amanecer. Vestía con un delgado trozo de tela blanca enrollada en su cuerpo, el cual simboliza su pureza como mujer; según la tradición, el esposo debe quitarla lentamente en la noche de bodas, y utilizarla para limpiar la sangre proveniente de la unión de ambos cuerpos por primera vez; luego, envolverse en ella, permitiendo sellar sus cuerpos y almas con la energía de la fusión del primer encuentro.
Un viento inusualmente fresco se coló por los espacios entreabiertos de la humilde vivienda de madera, tocando la piel de Itzae y provocando que sus pezones adquirieran esa característica firmeza de una mujer que se eriza repentinamente. La tela resbaló suavemente a través de su cuerpo hasta caer al suelo, dejando ver por primera vez su cuerpo desnudo bañado en sombras y contrastes sutiles, entre los cuales los detalles se perdían, acariciada en cada rincón de su cuerpo por un viento suave y frío. Al verse expuesta, Itzae desvió la mirada con evidente pudor e inocencia, e intentó torpemente cubrir su desnudez con unos brazos que se frotaban entre sí nerviosamente. El impaciente, extasiado y poseído hombre, no podía esperar más para pasar su lengua sobre aquella hermosa piel morena, ni las manos en sus generosas caderas y redondeados glúteos. Respiró profundamente al percibir un ligero aroma a flor de Tzacam y su vientre se hundió dejando entrever sus costillas; era mucho más hermosa de lo que su esposo pensó que era hasta ese momento.
Envuelta en una atmósfera embriagante, una perturbadora sensación se apoderó de ella; era una energía que no podía comprender y contra la que era inútil luchar; como si su voluntad le fuera arrebatada, convirtiéndose en el títere de una presencia sobrenatural que deseaba hacerla partícipe de un juego diabolico. Sintió las manos de su marido acariciando aquellas partes de su cuerpo que ni ella se atrevía a tocar, pero era incapaz de reaccionar conscientemente, pues su voluntad ya no era la de ella, sino la de alguien más; estaba atrapada en su propio cuerpo recibiendo los besos y caricias deseadas por su titiritero, los apretones, arañazos y bruscas sacudidas orquestadas por una insaciable fuerza con pasión animal, que la estaban llevando al límite de la cordura. Ambos cuerpos desnudos se retorcían bañados en sudor y sangre en un frenesí exquisito de lujuria y delirio, hasta que ella no supo más de sí. El hastiado hombre, incitado por una droga invisible e impecable, embriagado por un veneno de otro mundo, vió el rostro de Itzae, y lo que vió fue el último paso hacia la locura. Nadie escucharía el clímax y desenlace de la noche de bodas, y no sería sino hasta la mañana siguiente, que aquel manto blanco que alguna vez envolvió el cuerpo puro y virginal de una inocente mujer, sería visto enredado en el cuello del hombre desnudo, que bañado en sangre, se balancearía con el vaivén del viento colgado del árbol que alguna vez dió su sombra para consuelo que jamás llegaría.


Cuando por fin logró enfocar, con los ojos entreabiertos, el primer pensamiento de Don Nuch fue el de estar muerto y haber llegado al paraíso; las manos tersas y femeninas de una bella jovencita acomodaban con delicadeza unos trozos de tela humedecidos en un menjurje de olor agradable y penetrante; algunas en su frente, otras en el pecho y otras partes del cuerpo. Ella tenía el cabello suelto, ojos grandes y expresivos y un ropaje extremadamente ligero que cubría casi casi lo indispensable con unas telas frescas; sus senos se meneaban visiblemente bajo la ropa con cada uno de sus apresurados movimientos, al ir y venir por utensilios dentro de la pequeña choza. Don Nuch parecía comenzar a tomar conciencia de la situación en la que se encontraba cuando un trapo cayó al piso, y al agacharse la mujer a recogerlo, pudo ver parte de su cuerpo desnudo a través de su generoso escote; abrió los ojos pelones como jamás los había abierto, e intentó levantarse sin mucho éxito. La joven, rápidamente cubrió con cierta timidez  su cuerpo con la misma ropa que había ido cayendo por el vaivén.
- -¡Abuela! ¡Ya despertó! - gritó emocionada.
- Que no se levante…. que no se levante !! - se escuchó una voz cansada y envejecida a lo lejos. - Vooooooy….
- No te levantes, ya viene la sacerdotisa a verte; debes estar un poco mareado. -  le dijo mientras ponía su mano en la frente del moribundo Nuch.
Por el marco de una puerta inexistente, una mujer vieja y acabada entró caminando con dificultad al cuarto; llevaba una ropa extraña, como si estuviera envuelta en sábanas viejas que alguna vez portaron colores vivaces, pero que se fueron decolorando y destintando con el pasar de una eternidad. Tenía el cabello blanco ceniza, descuidado y un poco alborotado; sus arrugas eran demasiado evidentes en cada rincón de su piel morena y quemada por años de realizar rituales bajo los inclementes rayos del sol. En sus manos llevaba un tazón con agua fresca y hierbas que dió a beber a Don Nuch antes de que éste pudiera decir una palabra.
- Toma, bebe despacio… te ayudará a recuperarte, estuviste 1 semana inconsciente.
Bebió un poco de agua. Al querer incorporarse, se mareó y tuvo que volver a recostarse, llevándose una mano a la cabeza.
- Oh qué dolor. - dijo entre dientes. - ¿Dónde estoy?, ¿Qué pasó?.
- Te envenenaste con la flor de Tzacam muchacho. Es mal presagio..., muy mal presagio te lo digo !! Todo esto que pasa es señal.... una señal, y otra… y otra...- Comenzó a decir la señora, preocupada y represiva; como si le diera un sermón a un niño que se ha portado mal y hablando más para sí que para los demás. - Mi nieta te vió desmayarte abajo del agua.
- ay abuela !! estás asustandolo....- interrumpió en tono conciliador. - Yo soy Itzayana, aprendiz de sacerdotisa... te encontré en uno de los cenotes gracias a las estrellas.
Don Nuch bebió un poco más de agua y escuchaba un poco mareado aun, confundido, y viendo a su alrededor para intentar ubicarse.
- ¿Las estrellas?.- preguntó desconcertado.
- Ellas nos dicen el futuro y nos hablan del pasado… es nuestra conexión con el mundo de los muertos… han pasado… pues, cosas; pero las estrellas me dijeron que buscara por los cenotes sagrados, así que los he estado recorriendo todos durante semanas, buscando hierbas y una señal. - Su voz era tranquila y relajante, continuó hablando.- Ese día en mi recorrido habitual recogiendo flores y hierbas, escuché un golpe en el agua del cenote donde te encontré; me acerqué corriendo y te vi desde arriba; al ver que no salías bajé lo más rápido que pude, y me tiré para sacarte del agua. Por cierto ¿cómo te llamas?.- dijo coquetamente.
- Soy Don Nuch. - Itzayana soltó una carcajada.
- Ay si… muy Don, si no has de tener ni 20 años.- dijo muy divertida.- Te llamaré Nuch.
- ¿Y qué pasó después?.- preguntó muy intrigado Don Nuch.
- Ah bueno,... me quité la ropa y …- Interrumpió la abuela a quien se le subían los colores al rostro.
- Niñaa…. eso no se dice !!
-... y me tiré al agua abuela, no quería que se mojara mi ropa.... - continuó hablando Itzayana con la voz temblorosa mirando de reojo a la anciana que se esforzaba por mantener la compostura. Después de unos segundos su tono de voz se normalizó. - nadé varios metros hasta agarrarte y te jalé desmayado hasta la superficie !! Como pude te saqué el agua de adentro de ti, y me refiero a que te golpee bien feo en el pecho y volviste a respirar, pero ya te habías picado con la planta… lo vi cuando vi la sangre. Entonces preparé mis hierbas y te las di por la fuerza para que no murieras… toma bebe un poco más.... Eso me dio tiempo de sacarte de ahí y traerte con mi ab..... - la anciana la vio con mirada represiva.- …. la sacerdotisa.
- Mi niña salvó tu vida muchacho.- dijo la anciana con cierto orgullo.- siempre anda de traviesa cuando debería estar estudiando mis rituales... - de vez en cuando tosía.- algo bueno salió de tanta horas enseñándole a leer el cielo. Pero no estaré aquí por mucho tiempo… ya estoy vieja. ¿Quien se hará cargo de los rituales del pueblo?.
- Ay abuela, sabes que ya estoy preparada para tomar tu lugar.
- Ja, no estas preparada ni para hacer un té !! Anda, mejor deja de presumir y atiende a ese muchacho. - la anciana se alejaba balbuceando palabras a lo lejos.
- No le hagas caso Nuch; es una buena mujer. Es sólo que quiere estar segura que haya aprendido bien todo, para el dia que tome su lugar; ya está vieja.
- Oh, muchas gracias Itzayana… seguro estaría bien ahogado de no ser por ti.
- Las estrellas me lo dijeron te digo…. las estrellas siempre nos dicen muchas cosas.- por un instante su mirada se perdió en la distancia, como si una angustia abrumadora se apoderara de sus entrañas, luego continuó.- además, fueron los remedios de la sacerdotisa quienes te curaron Nuch.
- ¿Te encuentras bien?. - Dijo Don Nuch ya recuperado pero aún débil por la falta de alimento.
- Este, si… claro. ¿Que hacias en el cenote?. Nunca te había visto por el pueblo, no eres de por aquí !! ¿verdad?.
- Vengo de la capital; llegué hace algunas semanas buscando un lugar lindo para vivir, asentarme, encontrar el amor.- Itzayana volteó la mirada hacia otro lado.
- Buscabas los tesoros de la región, ¿no es cierto?.
- Bueno… he oído historias y… yo pues…
- No debes hacerlo !! - dijo tajante.- Itzae y su esposo aparecieron muertos al día siguiente de su boda; hay fuerzas en la naturaleza que no deben ser perturbadas, y esos tesoros, mantienen contentos a los espíritus.
- ¿Quien es Itzae?
- Ay !! Eso no importa ya… ahora no hay duda de que está con nosotros y desea volver al mundo de los vivos para saciar su hambre con nuestras almas…y viene por ti.
- ¿De que estas hablando?. - preguntó muy consternado Don Nuch, no cabía duda de que no estaba entendiendo nada.
- De la Xtabay !!

Continuará...

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