lunes, 12 de mayo de 2014

La Fuente de San Francisco

Frente al templo de San Francisco se encuentra la plaza Valladolid, en cuyo centro sobresale una fuente que de vez en cuando se llena con el agua de lluvia. En aquel entonces, era frecuente verla funcionando, justo en medio del mercado ambulante que cada año se colocaba a su alrededor. Desde arriba solo se podían ver lonas que cubrían a cada puestecito con colores chillones. No sé por qué me imaginaba a un cubo rubik desarmado.

Me encantaba escaparme por las noches para ir a cenar las enchiladas deliciosas típicas de la región. Las tortillas se bañaban en una sala de chile guajillo que luego doraban en el mismo comal donde había piezas completas de pollo asado, zanahoria, papa y lechuga. Rellenaban las tortillas con la verdura ligeramente frita, para luego ponerles crema, queso y una o dos piezas de pollo. Siempre pedía la porción que tenía una pieza, pues de ésta manera me sobraria dinero para irme a las maquinitas que estaban a unos cuantos metros de distancia dentro de la misma plaza. La tienda era un armazón desarmable pues era parte del mercado ambulante, aun así me sorprendía lo grande que podía llegar a ser y la cantidad de maquinitas que albergaba. Pac-Man, Asteroids, Moon Patrol, Centipede, Jungle Hunt, H.E.R.O., eran mis favoritos. Ya desde ese entonces mi gusto por los videojuegos alcanzaba niveles en los cuales tenía que escabullirme por las tardes-noches para irme a jugar. Todavía no se escuchaban historias de rapto de niños, secuestros, robos con violencia, ni mucho menos el gel antibacterial o la contaminación del aire por gasolina con plomo.


El tiempo pasaba en un abrir y cerrar de ojos. Regresaba a la casa, que por cierto se encontraba justo enfrente, maravillado por esos mundos de fantasía que se manifestaban a través del tubo de rayos catódicos, y aun con el sabor a enchiladas en la boca. Soñaba con crear esos mundos yo mismo, o al menos poder disfrutarlos en casa. Aun motivado por la experiencia, reunía cuanto tiliche hallaba para poder crear una maquinita con mis propias manos. Mecate, cajas y  tubos de carton que rescataba antes de ser desechados a la basura, juguetes de madera que compraba en el mercado, y con un poco de creatividad e imaginación, lograba armar una “maquinita”. Aún pasarían algunos años antes de que mis padres pudieran comprarme un Atari 2600.

En aquella casona antigua construida a inicios del siglo 20, en el rincón más alejado al final de un pequeño cuarto semi escondido, en ese laberinto de cuartos, pasillos, escaleras y fantasmas, se encontraba el misterio más grande que mis ojos a esa edad podían admirar. Verla me causaba una curiosidad inconmensurable imaginando los tesoros que ahi podria haber escondidos. Durante años traté de abrir aquella caja fuerte sin ningún éxito, por más que pegara la oreja al frío y grueso metal, intentando escuchar el clic mientras giraba la perilla en distintas direcciones. Un día, extenuado y frustrado le pregunté a mi abuela la combinación de la caja fuerte. Inocentemente, pensando tal vez que un niño de 8 años no podría recordar aquella secuencia extraña de giros en distintas direcciones y números extraños, la mencionó una sola vez, con una sonrisa en la boca al contemplar mi mezcla extraña de desesperación y curiosidad. Cero, dos, dos giros en contra del reloj, cero, ochenta y cinco, regresar a treinta y seis, volver aquí, girar allá, y volver a girar.

Días después agoté mi suministro de monedas de cincuenta pesos con la imagen de la coyolxauhqui; solo me quedaba observar como los demás jugaban, esperando que algún alma caritativa me invitara un juego. No ocurrió. En su lugar, el recuerdo de aquella combinación intrincada y secreta vino a mi mente. Tal vez podría curiosear en su interior; y tomar una que otra moneda. Obviamente tendría que regresarla antes de que alguien pudiera notar su ausencia. Me sentía como aquellos ladrones de las películas que en medio de la noche se abren paso por la mansión, intentando evadir los sistemas de seguridad. Seguí cuidadosamente la secuencia guardada en mi memoria; hizo clic a la primera. Giré la perilla, abrí la pesada puerta con cierta dificultad, podía sentir su gran peso; por primera vez pude contemplar el contenido de aquella caja misteriosa que desde siempre habia estado ahi sin revelar sus secretos. Me quedé estupefacto al ver su contenido. No lo podía creer. Pensé que necesitaría más tiempo del que tenía en ese momento para poder analizar todo aquello sin ser descubierto, así que me limité a tomar -prestadas- un par de monedas, cerré la caja nuevamente con dificultad y salí corriendo. Era grato saber que en ese momento era, y aun sigo siendo, la única persona que conocia la combinacion además de mi abuela.

Extrañamente, al volver a la bulliciosa plaza con sus puestecitos de comida y chucherías, poco antes de llegar a las tan ansiadas maquinitas, me detuve junto a la fuente que se encuentra justo en medio, motivado por una extraña sensación. Algo llamó mi atención de ese lugar mágico. Ya se me habían quitado las ganas de seguir jugando y no tenía hambre ni para un esquite. En aquel momento me parecía que habían pasado muchos años, décadas, siglos desde la vez que casi me ahogo en ese lugar. En realidad había sucedido tal vez unos cuatro o cinco años atrás. Supongo que cuando se es chico y se ha vivido poco, cada año se siente como una eternidad. Me había subido a la orilla de la fuente; me gustaba caminar a su alrededor bordeando el agua mientras me equilibraba para no caer; cuando me había detenido para observar el brillo de las monedas que yacían en su interior, sentí un empujón y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba sucediendo, el agua ya estaba por encima de mi cabeza. Recordando aquel suceso, parado frente a la fuente, también me pareció haber estado sumergido por una eternidad. Una muchacha que pasaba por el lugar metió las manos, y me sacó del agua de un jalón firme y contundente. Vi su cara, sus manos y su figura fantasmal en medio del pánico, y frío, que sentía.

Aun con el par de monedas en mis bolsillos, y con una ligera sensación de lo ocurrido años atrás, decidí tirar las monedas al agua; era un tributo a los fantasmas de la fuente, a los deseos que se pierden en el olvido, a las esperanzas que se diluyen con el tiempo y que son devoradas por la monotonía de la vida. Pedí un deseo y me hice una promesa.

Hoy, pienso que ese deseo se ha cumplido. Han pasado muchos años desde aquel par de sucesos y a pesar de tantos obstáculos, muchos de ellos inventados y puestos ahí por nosotros mismos, sigo estando yo dentro de mi.

Y la caja fuerte, continúa en el mismo lugar esperando a que alguien más descubra sus secretos.